Fuente: rutatec.pe | Escrito: Stefanie Delgado

La navaja suiza del siglo XXI es nuestro celular inteligente: integra linterna, despertador, correo, enciclopedia, cámara de video y un sinfín de usos adicionales que mentes brillantes siguen creando y mejorando día a día. Los niños que nacen con un aparato como éste en la mano, no pueden creer que antes estas necesidades eran cubiertas por equipos aparatosos, costosos y en muchos casos difíciles de utilizar. Pensemos en todos los productos que han ido desapareciendo silenciosamente de nuestras vidas: los mapas desplegables de las ciudades, las cabinas telefónicas, los juegos de mesa, las calculadoras.

Nadie duda que la tecnología ha llegado a nuestras vidas para quedarse. Cuando antes en las empresas había un área dedicada a la computación e informática, hoy en día las empresas exitosas incorporan una visión digital en el ADN de su estrategia corporativa. Y podemos observar la misma tendencia en la educación. Tanto en el sector público, como en el privado, se ha invertido mucho en equipar las escuelas con computadoras, tabletas y hasta pizarras digitales. Atrás quedaron las nubes de tiza y los cuadernos manchados de tinta.

La mayoría de los profesores actuales probablemente nunca llevaron un curso sobre “El uso de tecnologías digitales como herramienta pedagógica en el aula”, durante su licenciatura universitaria. Resulta sensato preguntarse entonces en qué medida están capacitados para desarrollar las competencias tecnológicas de sus alumnos – auténticos nativos digitales. La diferencia generacional entre los docentes y los alumnos puede generar también lógicas mentales diferentes. Mientras nuestras madres intercambiaban las recetas de la abuela apuntadas en cuadernos, los cocineros de la nueva generación son autodidactas entrenados por YouTube.

Pero ¿qué caracteriza realmente a un nativo digital? ¿Son nativos digitales los jóvenes que usan Whatsapp, tienen una cuenta en Instagram, piden UberEats y escuchan música en Spotify? Poder usar estas aplicaciones definitivamente trae muchos beneficios como usuarios y sobretodo consumidores. Las empresas han identificado el mundo digital como un gran canal de ventas y trabajan arduamente en hacer estos aplicativos sencillos y fáciles de usar. Estamos todos de acuerdo en que la finalidad de la educación escolar no incluye necesariamente el uso de estos aplicativos. ¿Qué pueden aprender entonces, los alumnos de hoy, de los docentes de ayer?

La tecnología trae beneficios muy claros a la educación: democratiza el acceso a conocimiento y aprendizaje, permite que la enseñanza sea más personalizada y esté centrada en las necesidades de cada alumno, favorece el aprendizaje en cualquier momento y lugar, habilita entornos que facilitan la experimentación, abre canales de comunicación con personas del mundo entero (literalmente), para nombrar solamente algunos.

Pero a pesar de estas nuevas formas de aprendizaje, la necesidad de desarrollar ciertas competencias académicas no ha variado. ¿De qué le sirve a un alumno la existencia de Coursera, Khan Academy y MOOCs si no ha desarrollado en la escuela el placer de ampliar sus conocimientos? Y en caso sienta esa inquietud, ¿cómo va a poder elegir qué curso llevar si no aprendió a gestionar el desarrollo de su aprendizaje de manera autónoma? ¿Cómo podrá evaluar qué fuente de aprendizaje es fiable, si no tiene la capacidad crítica y analítica? Si nuestros alumnos no han desarrollado ciertos valores en casa y en la escuela, ¿quién impedirá que plagien contenidos que encuentran en la web y los presenten como sus trabajos? Si no tienen la capacidad de sintetizar y priorizar información, ¿cómo podemos esperar que no se ahoguen en el tsunami de datos que los espera en la web? Si no saben llevar una argumentación con una lógica clara en clase, ¿por qué creemos que podrán hacerlo en un foro online?

Hay ciertas capacidades ligadas a lo que comúnmente denominamos “criterio”, que no pierden vigencia. La tecnología en la educación nos abre un mundo infinito de posibilidades, que pierden valor si no enseñamos a nuestros alumnos cómo gestionar estas herramientas. Los docentes del ayer que tienen las habilidades de desarrollar el sentido crítico y analítico de sus alumnos, han ganado la parte más complicada de la batalla. Por eso: no descartemos a nuestros docentes de ayer simplemente por no saber usar Snapchat. Un buen docente con pizarra y tiza sigue siendo un buen docente con tablet en mano, aunque recién esté aprendiendo a usarla.