Alberto Calderón P. | Foto: Internet

Todos nosotros buscamos afanosamente el amor, amar y ser amados cada día, miramos por la ventana, una llamada, que se abra la puerta y aparezca la llegada de la alegría, al regocijo al ver los cuerpos de nuestros padres, nuestros hijos y nuestros abuelos, la familia, nos hace felices, conociendo su calidad humana, quienes son y que representan.

Los ciclos pasan hace mucho tiempo fui hijo y nieto, recuerdo a mis abuelitas, siempre con la disposición, con un cariño para nosotros sus nietos, lo guardo en un espacio de la mente donde se encuentra un baúl de los recuerdos más importantes y valiosos, cuanto desearíamos tener eternamente a nuestros seres queridos para siempre, le daríamos una proyección a la vida eterna, estático, pero la dinámica de la existencia nos da y nos quita como si hubiera un orden que le ofrece un nuevo sentido a la realidad, todo tiene un ciclo, el de las llegadas, las inauguraciones, las primeras veces, los despertares, pasando posteriormente al momento de la infancia, de lo cotidiano, de la paz y el amor, de la escuela, es en ese momento cuando en la infancia te das cuenta que aparte de tus padres tienes a tus abuelos, fuertes o frágiles pero siempre brindando protección, consintiendo, son esos seres humanos quienes nos llenan de alegría como una hermosa música, la mamá de mi padre se llamó Aurelia, ella vino del norte de la república, con rasgos yaquis y todos sus nietos le decíamos de cariño “Vita”, la infancia para algunos puede ser mu placentera, otros la vieron con mayores dificultades económicas, estuve en este segundo grupo, las carencias económicas, el trabajo mal remunerado de los padres hace poco más de 55 años, hizo que tanto mis primos como yo fuéramos cobijados por mi abuelita, en total ocho niños de diferentes edades, yo era de los más pequeños, vivimos en el corazón de la ciudad de Xalapa, en una casa pequeña, los juegos como el can can, el tejo, el futbol, las escondidas, eran la diversión diaria, mi abuelita fue una persona alegre en su momento, después los años llegaron todos juntos y se cansó de vivir, pero recuerdo a la distancia del tiempo que nos llamaba a comer canturreando una tonadita que aun escucho en mi mente, y todos corríamos a la mesa, después de lavarnos las manos, por las tardes antes de dormir me hacía un caldito de frijol esparciendo migajas de bolillo que me encantaba, cuando alguno de mis primos me hacía algo, recurría a ella y con ternura me decía: “No les hagas caso, se van a morir de viejos”, ese consuelo era suficiente para hacerme sentir mejor. Mi abuelita materna se llamó en vida Emilia, una mujer morena alta imponente, robusta, de cabello chino, con rasgos entre indígenas y negroides, de origen cercano a la costa veracruzana, tenía un corazón enorme, me quería mucho, ella fue “Mama millita”.

Con ella también viví una larga temporada, una mujer muy trabajadora, me dolió mucho su partida, hasta la fecha lo siento mucho, siempre tenía algo para mí, guisaba a mi gusto, tenía un patio muy grande con árboles frutales, una galera, gallinas, todas las mañanas iba a recoger los huevos que ponían, todo eso quedó solo en el recuerdo que hoy escribo para dejar una huella de su paso por el mundo, espero que sus almas se hayan elevado de la tierra y se encuentren ahora en las alturas, en el espacio brillando como las estrellas que siempre fueron. Xalapa2000@hotmail.com

Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores (REVECO).