María del Carmen Delfín Delgado
En la vida es necesario planificar nuestras actividades y para ello necesitamos distribuir de una manera eficiente y eficaz el tiempo, analizar qué tareas realizamos y cuánto tiempo ocupamos para hacerlas, si es el adecuado para lograr nuestras metas y si satisface necesidades económicas, físicas y emocionales.
Teóricamente las veinticuatro horas del día deben dividirse en tres periodos para cumplir con lo anterior dedicando ocho horas para dormir, ocho horas para trabajar y ocho horas para relajación y convivencia con familiares y amigos. Si se hace un balance entre la esta teoría y lo realizado en la vida cotidiana, resulta un tanto ilógico o inadecuado pues todas las personas somos diferentes y cada una con una personalidad particular, hay tareas que para algunas son más fáciles y rápidas que para otras, prioritarias en su rol diario o secundarias según su forma de
organización y concepción de su entorno.
Partiendo del concepto de la distribución del tiempo para trabajo, familia y
personal.
El tiempo destinado para trabajar no siempre cumple con el periodo de ocho horas, hay actividades laborales que requieren de periodos que exceden de lo establecido y profesiones u oficios que sólo necesitan pocas horas para realizarse.
Aun cuando no se trabaje en una oficina, fábrica o negocio, existe trabajo que se realiza desde la casa y que no siempre es remunerado, el que desempeña por necesidad o por satisfacción personal. Pero sea cualquiera la característica, se le destina un periodo de tiempo.
Organizar nuestro tiempo no siempre es tarea fácil, tal vez no tenemos la
costumbre de analizar y asignar a cada momento de la vida determinadas horas, para dormir, comer, hacer ejercicio, leer, convivir, comprar, divertirse, etcétera; tal vez lo hagamos mecánicamente sin valorar que cada instante que transcurre es parte de nuestra existencia, que es único y no recuperable, que cada segundo ido ya no volverá, que el tiempo es una medida de vida y no un recurso material.
La familia es la célula de la sociedad, así lo hemos escuchado durante años, es el horno donde se cocinan los valores, las “reglas” de una buena convivencia social, donde se moldea la personalidad de cada individuo, y el punto de referencia que nos da identidad. Es importante no perder de vista estos conceptos y asignarle un periodo de tiempo a la convivencia y atención para mantener la estabilidad emocional que todos necesitamos para el buen vivir.
Pero para cumplir con el trabajo y la familia, se deben atender nuestras propias necesidades, esto no quiere decir que seamos egoístas y sólo pensemos en nosotros, por el contrario, debemos analizar qué es lo que nos mantiene bien física y emocionalmente para poder dar lo mejor de cada uno a los demás.
Detectar qué es realmente necesario y lo que desperdicia o roba nuestro tiempo, establecer prioridades y descartar lo que no reporta un beneficio, conciliar necesidades y obligaciones para no caer en estrés. En el tiempo dedicado a nosotros quedarán comprendidos aspectos como atender la salud, complacer los gustos y procurar el crecimiento integral.
Los avances tecnológicos de este siglo han acelerado la forma de vida que en el pasado regían nuestro tiempo, equipos sofisticados han facilitado la comunicación, el aprendizaje, la productividad, la economía, la investigación, etcétera, de manera inmediata y efectiva; contrariamente, cada vez permanecemos periodos mas prolongados frente a la computadora, teléfono celular, tableta o cualquier equipo en que la tecnología nos atrape. Reflexionemos: es tiempo de aprovechar el tiempo.