Alberto Calderón P.

Al caer la tarde en una comunidad aislada a principios del siglo pasado, en las labores del campo, el jefe de familia le dice a su hijo un joven de unos 17 años que si ya le dio de comer a los animales a lo que el hijo le contesta que sí, si ya puso la tranca y cerró el corral donde estaban los caballos, el hijo asintió, se fueron a dormir después de comer algo a la luz del quinqué, a la mañana siguiente al salir del hogar el padre pegó tremendo grito al ver que los caballos se habían ido, pues el corral se había quedado abierto, a su hijo se le había olvidado cerrar bien, entonces vino la moraleja: si no hubieras dejado abierta la tranca los caballos no se hubieran escapado, pero que mala suerte tienes, ese día la pasaron muy mal, el joven más, sentía el peso de la culpa esto hacía remorderle la conciencia, a la mañana siguiente presa de su error, se levantó más temprano que de costumbre y cual fue su sorpresa, los tres flacos cuadrúpedos que se habían escapado el día anterior habían regresado durante la noche, pero fue mayúscula al notar que ahora no eran solamente tres, la cantidad de caballos se había duplicado, ahora tenían seis, la mitad eran salvajes, gritó de júbilo el muchacho haciendo salir de inmediato al progenitor, estaba anonadado al ver esto, entonces dijo algo así: “si no hubieras dejado la tranca abierta los caballos no se hubieran escapado y si no se hubieran escapado, no hubieran regresado con otros tres más pero que buena suerte tienes”.

Uno de los cuacos era un hermoso tordillo, con ese pelaje blanco y negro que le daba una apariencia de un gris casi azuloso, con un garbo, una figura y temple extraordinario, el muchacho pidió a su padre domarlo, quien consintió y emocionado, después de un proceso de vueltas al ruedo atado al cuello con la cuerda, el joven haciéndolo caminar y el parado al centro, de hablarle al oído, darle de comer, acariciarlo, que soportara una montura que no era otra cosa que un costal y una vez ganada su confianza, lo montó, el caballo reaccionó empezó a relinchar y dar patadas de coz haciendo caer al osado jinete quien se quebró el tobillo, entonces su padre le dijo: si no hubieras dejado la tranca abierta no su hubieran ido los caballos, si no se hubieran ido los caballos, no habrían regresado con más, y si no hubieran regresado no lo habrías montado y no te hubieras caído, pero que mala suerte tienes.

A los pocos días llegó una gavilla de empolvados jinetes buscando muchachos para llevarlos a seguir o evitar la causa revolucionaria, el joven mozo era ideal pero al verlo convaleciente, por la fractura lo dejaron, entonces su padre dijo: si no hubieras dejado la tranca abierta, no se hubieran ido los caballos, si no se hubieran ido no habrían regresado con más y si no hubieran regresado con más, no hubieras montado uno para domarlo, no te hubieras caído, si no te hubieras caído, no te hubieras fracturado el tobillo, y si no te hubieras fracturado el tobillo, te hubieran llevado los alzados, pero que buenas suerte tienes. así seguiría la historia hasta nuestros días, pero no es ni la mala o buena suerte, en realidad la vida es así.

Xalapa2000@hotmail.com
Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores (REVECO).