Fuente: María del Carmen Delfin Delgado
Sostengo entre mis manos el universo atrapado entre dos puertas, esas que forman la portada de algún libro, me introduzco para mezclarme entre infinitas letras, variadas y bellas aparecen una tras otra como estrellas fugaces regadas en el firmamento de las hojas, saltan, viajan de una página a la siguiente, me salpican con su lluvia estelar encerrando mensajes, en constelaciones formadas por ideas iluminan mi intelecto. Estas letras me sonríen, me llaman tímidamente, las sigo, me observan confiadas, seguras están que entrarán en mi pensamiento teniendo como cómplices mis ojos.
Saltarinas las tomamos de la fuente donde el rocío salpica ariales, times new roman, calibris, lucidas; van creciendo como mayúsculas, desfilando minúsculas pero grandiosas en contenido, vestidas de gala cuando son letras capitales, cursivas se inclinan con la reverencia que merece el título o la frase famosa, las comillas las imitan colgándose como aretes al enunciado, y como las palabras no hacen distinción se bañan de color para convertirse en negritas, nadie las desprecia por su oscura apariencia pues dan fuerza a la voz que habla intensa para convencer.
Su lugar no solamente es el texto, están colocadas aquí y allá, su existencia nos envuelve, pernoctan con nosotros, amanecen con el sol y recostadas en la almohada, nos hablan al despertar después de haber jugado incoherentes en los sueños, nos invitan a desayunar flotando en la taza escondidas en el marrón del café para quedar envueltas en el incitante aroma, convirtiéndose en el mensaje que recrea la adivinadora, en el plato reposan coloridas sobre la fruta que recostada espera la mordida, nos incitan, nos deleitan, nos alimentan.
Hay letras que se columpian como las hojas en los árboles, su movimiento nos relaja, cuelgan en el lápiz balanceando la narrativa, su mensaje ruge como follaje movido por el viento, agitan los renglones cual rama crujiente a punto de caer por la fuerza del contenido. Otras perfuman los sentidos como hermosas flores, destilan la esencia en el sutil poema, adornan la idea con la belleza del adjetivo, se colocan en un florero sobre la mesa del pensamiento, para finalmente descansar como tendidas en el césped por la alegría de la lectura o saltar sobre la mano alojándose en los pliegues como mapa dérmico para leer el destino.
Son niñas traviesas, corren, ríen, juegan, se colocan el acento sobre la cabeza como vistoso moño, usan la virgulilla cual sombrero que se frunce al apretar la nariz de la eñe, saltan la cuerda con la u, una misma letra juega a ponerse la tilde en todas sus silabas para disfrazarse con diferentes significados, hacen alianza con sus amigas para formar palabras compuestas, otras se unen y son hermanas gemelas, así lo presumen la doble ele y la doble erre, la hache es muda pero dice mucho sobre la honestidad y la humildad, y las i son tocayas con distinto apellido. Las góticas lucen su blusa de encaje, sus primas las manuscritas antiguas rebozan de elegancia, son estudiosas y se aplican para convertirse en letra magistral, les gusta jugar a las escondidas para confundir a la escritura cuando siendo diferentes, suenan igual.
Son como el agua pura del manantial que emerge de las entrañas de la tierra, brotan nobles, acuciosas, dispuestas a llevar en su torrente el mensaje transparente, incoloro, limpio, el mensaje purificante cuando otras aguas se muestren turbias y revueltas, y fluir llevando el dolor hasta la orilla del mar para que las olas de llanto lo diluyan muy lejos. También caerán como una tibia lluvia de verano llevando vida en las gotas de tinta para impregnarse en la fértil hoja de un amoroso momento, germinarán en las cartas, en los glosarios, en las invitaciones a un significativo evento, en legajos sellarán compromisos y revivirán momentos, serán la semilla de mil historias encerradas en un pliego.
Ellas nos visten con variados ropajes, nos abrigan el corazón con el mullido suéter tejido con sílabas positivas y amorosas, con la fuerza de la palabra lucimos con el ropaje que nos acomodan, con traje de héroe o atuendo de villano, los gentilicios nos ponen sombrero, acordeón o jarana. Significado y significante se confabulan para armar nuestro guardarropa personal.
Vuelan como hojas con el aire de otoño, recorren largas distancias atrapadas en remolinos que las mantienen en ocasiones tocando el piso y en otras muy alto como queriendo rozar las nubes, en el viaje son leídas, comprendidas, admiradas, aceptadas o rechazadas, son un papalote de ideas que parece inalcanzable pero que más adelante bajará a nuestro alcance. Tal vez alguien tenga razón cuando diga que las palabras se las lleva el viento.
Las letras son libres y al mismo tiempo están sujetas, sus reglas las mantienen en el lugar correcto, son rígidas, no permiten desacato, protegen la estructura que les da cuerpo, las defienden de todo maltrato, son las guardianas de su reputación. Aunque algunas se llamen graves, no están enfermas, las agudas no miden 90 grados, las esdrújulas (nombre derivado del italiano que significa resbaladizo) no lo son tanto, por el contrario, parecen atorarse en la lengua. Los signos de puntuación no las dejan solas, siempre junto a ellas para darles valor en la lectura, defendiendo las ideas para entregarlas íntegras al lector. Aunque algunas ya estén en desuso son parte de la familia abecedario.
Las letras también son mis cómplices, están en mi nombre y apellidos, ellas me dan identidad como persona, apoyan y avalan mis compromisos al quedar plasmadas en mi firma, como también lo hace la letra de cambio al resguardar mi dinero.
Hoy nos propusimos festejarlas, hacer una fiesta para que bailen, canten y cuenten, para que vuelen como serpentinas y se enreden en el pensamiento, para esparcirlas como confeti que cubra el cuerpo y el alma, para que todos terminemos con un rico sabor de boca degustando esta suculenta sopa de letras.