Maricarmen Delfín Delgado
¡Ah, el otoño!, su viento sopla como suave abrazo color marrón entre el verano y el invierno que invita al reacomodo espiritual, obligando al cuerpo a guardarse en quietud en busca calor y cobijo, de esparcimiento y amor. En ocasiones le reprochamos por la caída de las hojas, por la tímida y fría brisa, por la ausencia de sol, por el encierro obligado, sin embargo, la naturaleza es agradecida con la tercera estación pues regala el color y el perfume del crisantemo, la bignonia y el áster que lucen con todo su esplendor; con este colorido enfoque Albert Camus parangonó la estación diciendo: “el otoño es una segunda primavera, cada hoja es una flor”.
En la filosofía oriental la primavera simboliza la juventud y el florecimiento, el verano es la época donde nacen los frutos, el otoño representa la etapa del cambio donde las hojas secas se desprenden para dar paso a un nuevo follaje más maduro antes del descanso invernal. El poeta Leopoldo Lugones en su poema Amor eterno, aplica esta simbología: “No temas al otoño si ha venido / aunque caiga la flor, queda la rama, / la rama queda para hacer el nido”.
Siempre relacionamos al otoño con la caída de las hojas, lo culpamos por dejar las ramas desnudas y al árbol entristecido, sin embargo, éstas ya han cumplido su misión, cuando fueron verdes le proporcionaron oxígeno, realizaron la fotosíntesis, transformaron el bióxido de carbono, sostuvieron la vitalidad de su poseedor.
Al llegar el otoño las hojas secas caen como lluvia vegetal, no están muertas, quedan ahí almacenadas para cumplir la siguiente misión en esta segunda etapa, se convierten en abono, en cálido tapete, en ropaje de nido, aumentan la fertilidad y retienen la humedad, el acolchado de trituradas hojas protege a las plantas, cobija insectos, es un calefactor natural.
Son tema de canciones y poemas de amor, también de cantos infantiles. El poeta francés Jacques Prévers las hizo famosas en su canción “Las hojas muertas”:
“Las hojas muertas se nos agarran a la piel, ya lo ves no he olvidado nada, las hojas muertas se amontonan por las calles como las penas y los recuerdos.”
Gustavo Adolfo Bécquer en su narrativa Las hojas secas, entabla un diálogo entre dos de ellas que se preguntan cuál será su destino:
“…¿De dónde vienes, hermana? -Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de las hojas secas, nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú? -Yo he seguido algún tiempo la corriente del río hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla. -¿Y adónde vas? -No lo sé. ¿Lo sabe acaso el viento que me empuja?…”
Ha llegado la estación más apasionada del año y la literatura lo sabe, el otoño como motivante inspiración regala su color, su aroma y un suspiro convertido en suave
airecillo para envolver el alma y el cuerpo, en un vaivén de sentimientos que vuelan como aquellas hojas entre las ramas del árbol de la vida.
Mi tiempo otoñal se anida en la piel
Recorre, busca y se acomoda sigiloso
En espera de dejar su huella fiel
Pero solo se muestra como un esbozo
No permito me labre con su cincel.
Podrá tomar mi cuerpo como suyo
Por naturaleza evitarlo no puedo
Con mi sabiduría lo diluyo
Rejuvenezco el alma con esmero.
Recibo el otoño como renovación
No como atribulada vejez
Vivo, canto y bailo con la emoción
De existir en plenitud cada vez
Saboreando las mieles de la tercera estación