Maricarmen Delfín Delgado
Fuego, concepto de múltiples acepciones de acuerdo con el contexto en que se sitúe, símbolo de vida, poder, pasión, misticismo, calor, peligro, destrucción y muerte.
A partir de que la especie humana descubrió el fuego dio un salto evolutivo, cambió la forma de alimentarse, de sociabilizar y de ver su entorno, a partir de esto, evolucionó su mundo. Al descubrirlo y dominarlo tuvo el problema de poder conservarlo, necesitaban un guardián para custodiarlo y así se apropiaron del fuego las religiones, hasta estos días sigue ardiendo en sus lugares de culto.
Fuego sagrado brillas en los santuarios, emerges del pebetero, tu fosforescencia permanece custodiada en el límpido altar que guarda las esperanzas, los deseos y las tribulaciones de los mortales, tu luz bendice el pan que alimenta el espíritu.
La adoración siguió a través del tiempo y se transformó en el culto al Sol, todos los pueblos lo adoraban como el más preciado elemento pensando que tenía vida convirtiéndolo en una deidad suprema hijo del astro solar. Los caldeos lo veneraban, pero los persas extendieron su culto, lo tenían por todas partes rodeado de muros sin techo para que la población llegara a rogarle y rendirle con esencias valiosas, flores aromáticas y joyas que le arrojaban para ser consumidas.
Fuego adorado durante milenios como el hijo del astro supremo, de tu ardiente corazón brota vida para compartirla con tus seguidores que te alimentan con las esencias de la naturaleza, con las gemas más preciadas simulando sus ojos, ventanas del alma abiertas para que tu presencia se funda hasta el más íntimo rincón de su humanidad, quedando cautivo como antaño entre los muros de la eternidad.
Cuando un rey persa moría se apagaban todos los fuegos de la población y sólo se encendía uno nuevo al momento de la coronación del sucesor. En esta y otras culturas se creía que el fuego había llegado del cielo y como elemento sagrado no debía ser ofendido, no se permitía arrojarle algo impuro ni mirarlo directamente; los sacerdotes lo conservaban secretamente divulgando la creencia de que tenía vida propia y se autoalimentaba.
En diferentes pueblos fueron variadas las creencias: al regresar de las batallas o de algún peligro inminente se encendía la hoguera para danzar a su alrededor y dar gracias por conservar la vida. Antes de comer se arrojaba el primer bocado al fuego para agradecer los alimentos; no permitían entrar a ningún extranjero a sus territorios sin antes haber pasado entre dos hogueras; evitaban meter en él los cuchillos y las hachas. Otras culturales pensaban que dentro del fuego habitaba un ser con doble personalidad que representaba al bien y al mal, le ofrendaban sacrificios constantes para que les ayudara en la pesca, en la agricultura o para concebir un hijo varón.
Fuego parangón de vida y de muerte, mensajero del bien y del mal, regalo de los dioses para no ser profanado por la mirada de los mortales, ser celestial guardado cual tesoro divino en el cofre secreto de los místicos destinados a cuidarte, ritos y leyendas danzan a tu alrededor, sacrificios y ofrendas alimentan tu dualidad.
En la antigua Grecia mantenían una llama eterna frente a los templos de sus deidades, así como en los límites de Olimpia para honrar a Zeus y recordar el mito de Prometeo. Este fuego sagrado debía ser puro y se encendía en el Monte Olimpo (hogar de los dioses olímpicos) mediante una skaphia, algo similar a una lupa, exponiéndola a los rayos solares para provocar una flama sobre hojas de laurel de donde era tomado el fuego con una antorcha para transportarlo hasta la cede de las competencias.
Llama de eterna brillantez nacida del aliento de los dioses, brotas del Olimpo para deslizarte entre cuerpos y mentes, fortaleza y pensamiento, tu calor viaja por las venas mezclando la sangre que se convertirá en una sola, tibieza de hermandad, luz espiritual que se refleja en los corazones, incitas la fogosa competencia que mengua cuando muere tu flama al nacer el día.
En la literatura el lenguaje debe ser bello, la figura literaria es el objeto estético y connotativo entendido como la comunicación íntima de dos almas, del escritor al lector, creándose una imagen poética placentera y efímera que satisface con el embellecimiento de la palabra. Así, el fuego como figura literaria tiene una acción dinámica y fuerte que sobrepasa el pensamiento exaltando sentimientos, traspasa las reglas de la significación, palabras irreverentes que arden en el fogón de las pasiones humanas donde se consume el ser.
Qué somos en este mundo, no sólo materia fugaz que desaparece tras la muerte:
Somos fuego místico guardado en los laberintos del ser, impetuoso se enciende cuando nace el día emulando la llama solar.
Somos fuego en plenitud esperando el momento preciso para dar fuerza a la hoguera.