Guiomar Huguet Pané
Redactora de Historia National Geographic

Ya desde finales del siglo XX y especialmente desde que se inauguró el siglo XXI, los retos que se le plantean a la humanidad como especie son superlativos. Tanto que, como sabemos, incluso podrían llegar a amenazar el planeta tierra y a la especie humana tal y como los conocemos.

También es cierto que el ser humano ha demostrado tener un potencial enorme para superar retos de todo tipo que han puesto en jaque la supervivencia de la especie. Valga como ejemplo cualquier avance tecnológicos, médicos, industriales, etc., que han contribuido a facilitarnos la vida: sin ir más lejos, la rapidez con la que se han creado las vacunas para luchar contra la pandemia actual.

Pero ¿qué ocurre si todo este potencial que exhibe la especie supuestamente más inteligente que habita el planeta deja de lado el 50% de sus capacidades? Parece simple: su capacidad de respuesta ante grandes amenazas se vería muy menguada, concretamente a la mitad. Esto es exactamente lo que sucede cuando se invisibiliza el trabajo y el talento de las mujeres, quienes componen casi la mitad de la población de la Tierra según datos del Banco Mundial.

Para superar los retos futuros que se le presentan a la especie es evidente el papel fundamental que tendrá la investigación científica y tecnológica. Todos los miembros de la especie deberían estar en disposición de dar lo mejor de sí mismos para contribuir a ello. De todos modos, no parece que la realidad actual acompañe.

En España, durante la educación infantil, el porcentaje de niñas y niños escolarizados es casi el mismo -de hecho el de niñas es ligeramente superior- y este número se mantiene también en los estudios superiores. Sin embargo, en esta segunda etapa ya puede apreciarse como en las ramas de tecnología, ciencia, ingeniería y matemáticas -los llamados estudios STEM, por sus siglas en inglés-, la cantidad de niños en clase es mayor. Su demanda debería ser altísima en todos los casos, pues se les presupone las mejores salidas laborales, y aún así la cantidad chicas que decide cursar este tipo de carreras tiene una clara tendencia a la baja. ¿Qué nos lleva tan pronto a las mujeres a desestimar estos prometedores caminos?

La respuesta es un complejo cóctel de motivos, a cual más desalentador. Las bajas expectativas de padres y profesores, la supuesta poca aplicación práctica de algunos de estos estudios, una baja autoestima de las chicas a la edad de escoger y una evidente carencia de referentes en los que verse reflejadas. Más allá de las lacras culturales que arrastra la sociedad desde tiempos inmemoriales y que quedan reflejadas en esta lista, es sorprendente la última razón, especialmente porque estos referentes sí existen, solo que en muchos casos han sido invisibilizados por la historia.

En esta línea trata de trabajar la Organización de las Naciones Unidas estableciendo el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. No es simplemente el día de la mujer en la ciencia, sino que además se pone el foco en las niñas, que tienen una importancia capital precisamente por ser la imagen de un futuro que, por el momento, tiene poco pasado en el que buscar referentes.

Lo ejemplifica a la perfección el llamado Efecto Matilda, bautizado así por la experta en historia de la ciencia Margaret W. Rossiter en honor a Matilda Joslyn Gage. Durante la segunda mitad del siglo XIX, esta incansable sufragista dedicó parte de sus esfuerzos y la visibilidad que le daba su periódico a publicar una columna semanal en la que recuperaba nombres de mujeres relevantes que habían sido deliberadamente olvidadas. Según el efecto que lleva su nombre, se puede observar a lo largo de la historia una infravaloración de las aportaciones femeninas a la ciencia. Una iniciativa puesta en marcha desde la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT) llamada #nomorematildas trata de combatir esta invisibilización mediante una campaña que empieza con esta impactante frase: si Einstein hubiese sido mujer es posible que hoy no conociéramos su nombre.

Y si nos remitimos a los hechos, lo cierto es que la historia nos da la razón. Por un lado, los nombres de mujeres prominentes en la ciencia son numerosos, sirvan como ejemplo Valentina Tereshkova, Ada Lovelace, Hedy Lamarr, Rosalind Franklin, Jane Goodall, Margherita Hack, June Almeida, Chien-Shiung Wu… La lista es infinita. Pero, por otro lado, ¿cuántos de sus descubrimientos o aportaciones esenciales somos capaces de mencionar sin acudir a Google? En la respuesta está la base del problema y a su vez de la solución.