Maricarmen Delfín Delgado
Días de permanecer, de hacer y deshacer, de horas largas que en el pasado se disfrazaron de cortas, bullicio apagado tras la orden de encierro, pensamientos postergados guardados bajo la almohada ya reclaman la atención, ya hay tiempo, este es el momento para destejer y tejer la madeja.
Ahora la vida se desliza sin zapatos, sus pasos son ligeros pero el eco se escucha más que ayer, suben y bajan por el pensamiento como hormigas antes del invierno llevando a cuestas la carga que es necesario desojar. La oportunidad está aquí lista para aprovecharla y al parecer, conviene.
Afuera la primavera nos extraña, no sabe de nuestro encierro, se pregunta porqué los pájaros lucen más tranquilos y su canto es el arrullo cotidiano, las flores han quedado quietas compartiendo su perfume entre ellas mismas y los ojos del cielo ya no sufren por la contaminación. Los días de fiesta aún esperan a marzo y a abril, se quedaron con su atuendo de festejo y la porra atrapada en la garganta pero con la esperanza que llegue mayo y sonriente les guiñe para retozar.
En nuestro espacio las paredes nos observan, no se acostumbran al bullicio inusual que como esponjas absorben y ya no pueden liberar, presiento que eso las hace engrosar y reducir el interior, la atmósfera que ya agobia al igual que el paisaje del viejo cuadro parece envejecer, sus colores desgastados ya piden un retoque.
Sin embargo, no es lo que parece, es la vuelta a la hoja en la historia cotidiana con la página siguiente en blanco para reescribir lo vivido, otro inicio con otro final que pronostica ser más bello, ahora dibujaremos cada letra con la tinta de la reflexión, con el acento de la madurez prematura cuajada en el confinamiento y lanzar un suspiro al viento por la dicha de esta libertad aprisionada. Ya saldremos, lo haremos con el cabello más largo pero con la indiferencia más corta, con más kilos y con menos enojo, con la suela casi nueva pero con los pasos más viejos, con la cartera vacía pero el corazón repleto de emociones nuevas.
Los años acumulados no encontraron acomodo, siempre eran esperados en la meta y recibidos con brindis y pastel, ahora, los años no soplaron sobre las velitas encendidas ni se impregnaron de merengue al compás del coro que pide “mordida”, los regalos y las flores quedaron pendientes por no poder entrar, los buenos deseos se escucharon en la lejanía, las “mañanitas” sonaron muy frías sin voces que las pudieran cantar, pobres años ya cumplidos, hoy tendrán que esperar en la puerta hasta que la vida regrese a la normalidad para dejarlos entrar.
Afuera, unos vienen y otros van, ya son menos y en un descuido ya no estarán, juegan con su vida enredando en la jugada la de alguien más, toman en sus manos la humanidad ajena, sienten invaluable la existencia de un desconocido en un atentado sin conciencia contra el tesoro ajeno. Sin temor deambulan en un viaje retador, otros lo hacen envueltos con el velo de la inocencia, de la necesidad, del hambre, de la soledad.
Ya regresaremos para acompañar al verano aunque la primavera se sienta celosa, a repartir el abrazo acumulado, a dar besos como sellos en las mejillas, a regalar la sonrisa secuestrada por el cubrebocas, a embadurnar la playera con el helado del parque, a correr contra el reloj para llegar a la hora fijada, a darle sabor al café con la charla, a respirar profundamente para agradecer a la vida que se quedara con nosotros.
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